Reseña de La chica que leía en el metro (2018) - Christine Féret-Fleury

¿Cómo decirle que (…) había acabado creyendo, no, estando segura de que dentro de los libros se ocultaban todas las enfermedades y a la vez todos los remedios? ¿Que en ellos encontrábamos la traición, la soledad, el asesinato, la locura, la rabia, todo lo que podía agarrarte el cuello y destrozarte la vida, por no hablar de la vida de los demás, y que a veces llorar sobre páginas impresas podía salvarle la vida a alguien? ¿Que encontrar a tu alma gemela en medio de una novela africana o de un cuento coreano te ayudaba a entender hasta qué punto las personas sufrían por las mismas cosas, hasta qué punto se parecían, y que quizá era posible hablarlo –sonreírse, acariciarse, intercambiarse señales de reconocimiento, las que sean- para intentar no hacerse tanto daño en el día a día?  

Título en español: La chica que leía en el metro
Título original: Fata care citea în metrou
Año de publicación original: 2017
Autora: Christine Féret-Fleury
Ilustradora: Nuria Díaz
Traducción: Noemí Sobregués
Editorial: Debolsillo
Año: 2018
Nro. de páginas (papel): 270 pp.
Formato: Tapa dura
Género: Novela rosa, comedia, drama
Edad: +12
Fuente de portada: Debolsillo


Sinopsis

Cada día Juliette recorre doce estaciones en tren para llegar a su trabajo en una agencia inmobiliaria; durante el trayecto observa a los usuarios leer. Esta rutina cambia cuando, por casualidad, baja del tren antes de la parada usual. Allí encuentra un viejo almacén llamado “Libros sin límites”, lugar que le recuerda a su abuelo librero. Ahora debe decidir seguir con su vida monótona o darle un giro para descubrir su verdadera pasión.


Mi opinión

Al principio me molestó que la protagonista tuviera todas las características estereotipadas en los lectores: tímida, ensimismada, soñadora, insegura. Muchos somos así, está bien, pero ya resulta cansado que el patrón se repita en la ficción, pues en la vida real tenemos aficiones complementarias. Entre los personajes contemporáneos que se salen un tanto de esa línea son, por fortuna, Hermione Granger (Harry Potter) y Meggie Folchart (Mundo de tinta).

Siendo honesta, tuve que leer La chica del metro dos veces; la primera vez no entendía nada, debido a lo disperso que me pareció el texto. La segunda ocasión, conecté más con la obra y me di cuenta de que, en realidad, tiene momentos bonitos, como los guiños al oficio del librero, la práctica de los libros viajeros, el proceso de selección de quienes los entregan y la referencia a Los Beatles. Veamos algunos de sus personajes:

Juliette, nuestra protagonista, es una mujer bastante retraída. Busca su propio camino, uno en el que no deba hacer tedioso trabajo de oficina, ni caminar presurosa bajo la lluvia para cumplir un horario. Ella quiere disfrutar el presente, la lluvia, el olor de los libros. Acostumbrada a refugiarse en un “nido mullido”, resulta interesante cómo le cuesta salir de su zona segura para ver el mundo con otra perspectiva, una en la que su pasado familiar y amoroso solo sean motores de impulso, no de arrastre.

El título es abordado partir de la mitad del libro, cuando Juliette pierde la noción del tiempo al leer en el metro.  Aunque a veces la desconcentra un roce, un sonido, o la pista de audio entrecortada de auriculares a su lado, es preciosa la libertad que experimenta ante un mundo otro, con sonidos y olores que se sienten en el aire al pasar cada página. Me ha encantado, para mi sorpresa, la construcción de su autoconfianza, gracias a lo que hace y a lo que puede hacer por otros.

Leónidas, o “el hombre del sombrero verde”. Empieza siendo un lector más en el metro, luego su personalidad enigmática, sabia, inspira a Juliette para dejar libre su inventiva y su sed de historias. Es un gran amigo que, a pesar de su apariencia desenfadada, se refugió también en la lectura para disimular un secreto.  Habla de personajes de libros como si fueran viejos conocidos, así como del poder de las historias que albergan la mente, los recuerdos. Sin duda la palabra para definirlo es “fascinante”.


Fuente de ilustración: Debolsillo

Chloé, compañera de trabajo de Juliette. Es todo lo opuesto a la protagonista. Emprendedora y con un alto sentido de la moda, no teme aventurarse a lo desconocido. Su encanto se basa en la franqueza y en lo rápido que se recupera de cualquier percance. Tiene una bella escena con Juliette, precisamente en el metro.

Solimán, dueño del almacén Libros sin límites. Descrito como “un hombre de papel”, lleva años sin salir de ese recinto. Al final se explica el porqué de su decisión. Junto con Leónidas, provoca un cambio en Juliette.

Zaida, hija de Solimán. Es una niña muy despierta, en ocasiones parece que es ella quien cuida a su padre. Le encanta leer y hacerle forros artesanales a los libros. Su emoción por recorrer el mundo resulta contagiosa, en especial cuando señala por qué los adultos se rehúsan a la novedad.

Firuzeh, madre de Zaida. Se describe a sí misma como “llena de ausencias”, no solo por su condición de migrante, también por la separación con su hija. Es un personaje hermoso, por dentro y por fuera, con tal claridad de mente que genuinamente queremos saber más de su pasado.


Si quieres un libro para leer en una tarde, te recomiendo este, por su homenaje al poder de la lectura y por las encantadoras ilustraciones de Nuria Díaz que acompañan la edición al español. Para cerrar les dejo otra cita de La chica que leía en el metro: “El más ínfimo desplazamiento, si se aceptaba, era una aventura.”

Puntuación: 6/10

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